azúcar y cosas de niños.
Oscar Ascencio Covarrubias, Sebastián Beltrán, Norma Carmona–Olga Costa, Amber Eagle, Daniela Edburg, Don Dalke, Carlos María Flores, Don Fritz , Félix González Torres, Miguel Angel García Padilla, Ernesto El Chango García Cabral, Invazión cucaracha, David Leib, LUMIBÄR, Sol Martínez, Favio Montoya, Emeric de Meyer, Leonardo Morales, Hugo Odón, Jorge Armando Ortega del Campo, Daniel Navarro, Fernando Palomar, Lorena Peña Brito, August Rodin, Ana Quiroz, Ramsés Ruiz, Jessica Salinas, Francisco Toledo, Axel Velásquez, Adriana Zárate, Zarsi.
Del 13 de enero al 27 de marzo de 2011
Curador: Leonardo Ramírez.
Galería Jesús Gallardo
Plantas alta y baja, sala blanco y negro.
Pedro Moreno 202, esquina Hermanos Aldama
León, Guanajuato
Centro.
México
Horario de atención al público:
De martes a viernes de 10:00 a 20:00 horas
Sábado y domingo de 11:00 a 20:00 horas
LITTLE HERCULES
Una aproximación a la evocación de la infancia en la producción artística contemporánea.
Texto leído en el marco de la exposición Ultrasweet, Azúcar y cosas de niños, curaduría de Leonardo Ramírez.
Leonardo Ramírez, el curador, me invitó a formar parte de esta exposición incluyendo la pieza Salida de emergencia, 2002, de mi autoría, en la exposición Ultrasweet, Azúcar y cosas de niños. La invitación para mí fue sorpresiva: un sudor frío me recorrió la espalda porque olvidé en donde quedó (y principalmente porque hace años que no exhibo) así que temí no poder aceptar la invitación y morirme de pena. Después de ¡9 años! recuerdo, gustosa, que él es el dueño… se la obsequié cuando aún tenía intensiones de artista.
He discutido mucho al respecto de esta exposición con Paulo Gutiérrez, a quien invité a esta participar conmigo en la elaboración de este texto. Con Paulo he estado trabajando estrechamente los últimos meses, hemos discutido, desde perspectivas distintas, nuestra percepción de la producción artística actual. Es un sociólogo brillante y me parecía interesante incluir en la discusión un punto de vista sociológico, ya que cruzar estas líneas de disciplinas en la crítica de arte, me resulta cada vez más pertinente.
Decidimos titular esta charla Little Hercules como un planteamiento contrario al síndrome de Peter Pan: pensando en Richard Sandrak, el niño ucraniano residente en Estados Unidos (y esto es importante) que desde pequeño se había dedicado al fisicoculturismo. Es la antítesis de Peter Pan, en tanto no es el adolescente que opone resistencia a la madurez (como el planteamiento curatorial de la exposición propone como una visión de los artistas) sino un infante empujado – por los adultos y los estereotipos de belleza estadounidenses- a la adultez, es decir, a una práctica prioritariamente de los humanos que han terminado su desarrollo físico, con todo el peso de trabajo, de concepción del mundo y la vida que eso conlleva.
El caso Richard Sandrak, junto con los certámenes de belleza para niñitas que son frecuentemente disfrazadas de Barbies amorfas, son dos de los mejores ejemplos de los que se puede partir para citar nuestro entendimiento tardío de la infancia, es decir, la concepción de “la infancia” del hombre luego de una era en la que su productividad regía su propia identidad.
Ultrasweet, azúcar y cosas de niños pareciera aludir —por los términos empleados—, a la mirada exclusiva de lo moderno, entendido esto como el imaginario producido en las sociedades occidentales, posteriores a la revolución industrial. Si hubiera que buscar una genealogía de la infancia, como ahora la conocemos, tendríamos que acudir a un estadio previo (a la cultura popular de masas), cuando la institución religiosa ostentaba el monopolio de la educación, y plasmaba los atributos asignados a la niñez, tales como la inocencia y la pureza. Siglos más tarde, con la irrupción del consumo, los mercados hiper-especializados configuraron edades con base en la delimitación de sus respectivas necesidades, ahí encuentran su consolidación la niñez y la adolescencia.
Entonces la niñez, como se aborda en la mayoría de las piezas de esta exposición responde a una comprensión occidentalizada de ella, atravesada por la influencia de la cultura pop y las clases medias y altas. Y todo esto principalmente fertilizado por la cultura de masas y la idea de la felicidad promovidas por el sueño Americano, que luego ha permeado en el resto de Latinoamérica, principalmente en los países mas cercanos (países delimitados por los flujos de información, es decir, como si cobraran nueva forma y fronteras distintas, determinadas por su acceso a los múltiples medios de comunicación).
Bajo este planteamiento, creo que es piedra angular la pieza Niño con Sombrero, de autoría anónima, y que de alguna u otra forma vendría a ser la oposición al conjunto de obras reunidas en la exposición: el retrato muestra a un infante que a simple vista puede leerse campesino, es decir, vive en el campo pero de acuerdo a la fecha de su realización, el gesto en el retrato, la vestimenta de trabajo rudo, el sombrero para cubrir el sol, es bastante factible que sea también un infante trabajador en una campiña.
Lo que detona esta obra es un primer momento: la infancia concebida no como este mundo de imaginario fantástico sino como una etapa de entendimiento duro de la realidad. Es el Little Hercules decimonónico, enfrentado a la multiplicidad de personajes citados en la obra del resto de los artistas, que evocan la iconografía infantil como regreso al bagaje ilusorio, pero ahora retorcido.
Me interesa señalar esto por dos razones: una, porque la forma en que los artistas de esta muestra han recurrido a ciertas estéticas provenientes de la cultura dirigida al consumidor niño como una forma de enfatizar más allá de ella, un discurso que tiene que ver con la adultez, y a la que en la transición le otorgan una visión y un uso mucho mas incisivo. Mostrar la dulzura para señalar en realidad el desencanto, la perversión, la violencia. Y segundo, porque para ello es necesario entender, situar, (y los artistas han tenido que hacerlo aunque sea inconcientemente) una idea de “lo infantil” que como se ha dicho responde a una estructura tan delimitada como es el contexto histórico, cultural y económico de los autores.
En este sentido, la recurrencia de los productores contemporáneos a la fantasía y a un imaginario cargado de ingenuidad (correspondiente además a la idealización de la infancia) se efectúa en aras de la subversión: corrompen la idea de un mundo suave y dulce para cruzar hacia la crudeza, constantemente de un lado a otro, de una forma un tanto perversa, como cuando lo positivo cita a lo negativo, por su ausencia. El resultado es una deformidad, -niño con cabeza de adulto, adulta con vagina de niña, niñas con pene como en la obra de Henry Darger- y que en el espectador no puede sino tener un efecto ácido perturbador, más que agridulce (aún me impacta la frase de Jorge Ortega en letras de un romanticismo escalofriante “Lolita, la niña que todos quieren”, porque en nuestra cultura el “querer” es traducible a “desear”).
Y no puedo dejar de pensar en los pasteles de Jéssica Salinas evocando a la gula como en términos generales (otra forma de deseo), como “pecado” y evocando también a los problemas de la obesidad infantil que tenemos en el país. Si algo quieren los niños son dulces (y una vida dulce), poor them.
O la serie de muñecas de Óscar Ascencio que muestran crudamente una infancia corrompida, o mejor dicho, desvirtuada: barbies que fuman hasta el hastío, muñecas que con su exceso de maquillaje renuncian a su limbo para volverse mundanas.
En este tránsito del discurso entonces se implementa un feroz estado de eterna adolescencia -y creo que aquí es donde parece el Peter Pan- justo lo que hay en medio entre un crio y un hombre, con sus vulgaridades, su arrogancia, su mordacidad y su fuerza.
Dice Luis Racionero, en el libro Filosofías del Underground, dedicado al análisis de las formas de obtención de conocimiento alternativas al sistema occidental –el raciocinio, que nos rige- que en la etapa de la adolescencia (y en las embarazadas pero no viene al caso) es cuando el hombre tiene la posibilidad de ser vehemente y actuar de forma arbitraria, incoherente, precisamente irracional, y lo contradictorio es que en dicha fase es cuando el cúmulo de experiencias determinan el entendimiento del mundo y de sí mismo. Con esto quiero llegar a descifrar si la mezcla formal de iconografía fantástica (el niño) plus un discurso perverso (el adulto) sitúa a la obra en un punto de vehemencia y desenfreno incongruente que mas allá de lo infantil resulta, en la práctica artística actual, tan incisivo como el humor o la extrema crudeza. Es decir, que en el ámbito de los rebeldes estarían los artistas que implementan estos sistemas frente a quienes se deslinden de este tipo de tensión irónica, sarcástica.
En Ultrasweet, es posible incursionar en el mundo de la infancia desde ópticas que van desde lo relativo a la distinción de género, hasta los usos y costumbres propios de ciertas identidades infantiles y adolescentes.
Como un ejercicio de aproximación —dada la prodigalidad de ideas y propuestas—, valdría la pena suscribir las obras a categorías de análisis, sin que esto implique una imposición. Así, surgirían cinco grandes ejes o temas a partir de los cuales podemos agrupar las obras en:
a) Las que incorporan elementos alimenticios asociados al consumo infantil-adolescente.
b) Las que muestran los procesos de educación y formación en la niñez
c) Las que aluden a los espacios y escenarios de la infancia
d) Las que presentan al juego como la actividad; y
e) Las que se instauran como documentos del imaginario propio de esta edad, esto es, la iconografía infantil.
Si vuelvo al recorrido de la exposición y al tema de una lectura actual de la infancia no puedo dejar de pensar en Henry Darger. Escabroso tema el del arte bruto, pero fértil quizás si se toma la obra de este artista para ligarlo con las obras de Don Fritz y de Ernesto “El chango” García Cabral: los perturbadores escenarios de las Vivian Girls y los de las inocentes criaturas de Don Fritz coinciden en una capa oscura saturada de elementos en las que los personajes son amenazados veladamente por otros, hay un zumbido constante de intimidación y se vuelven más escenarios mentales oscuros y desequilibrantes. La cita de la infancia como un estado alterado de la conciencia. El Chango García Cabral coincide con Darger en tanto el estado de niñez está algunas veces permeado por un viso sexual y cita cierta capacidad maligna en el infante. Aparece una vez más el juego de los opuestos: la visión del niño como representación de lo puro, lo sano, la bondad de cara contra sus posibilidades de violencia, el bullying, la mentira y la trampa. Cosa que dista mucho de ser descabellada y apela al análisis real de la etapa infantil, en todo caso. Creo que estos mundos endemoniados vuelven en la obra de Amber Eagle.
(Mientras Paulo y yo peloteábamos el análisis de la exposición cuestionábamos si después de tomar las imágenes infantiles de la cultura pop, los artistas estarían omitiéndo o no, cierta conciencia de la ingenuidad con que es concebida la infancia por los adultos, es decir, que recordamos nuestra propia niñez como un lugar dulce en comparación con la realidad del adulto, dejando en el lugar más empolvado de la memoria lo que no tenía tanto que ver con niños dulces e inocentes.
Recurrimos a nuestros propios recuerdos: yo era fan de enseñar los calzones en una combi vieja a los niños de mi barrio –por lo que era ferozmente acusada por mi hermano mayor-, orinaba parada tratando de competir con los niños varones y me besuqueaba con mis primos como una práctica común. También torturé a un par de crios y fui torturada por mi propio hermano que solía ponerme de cabeza a los 3 años fuera de la escalera de la casa, en el escalón más alto. Paulo dice haber luchado mentalmente y resuelto estratégicamente como un adulto tratando de evitar que sus familiares mas cercanos notaran que él en realidad quería ser She Ra y no He Man). Es decir. Que los artistas han tenido que resolver formalmente recurriendo a la visión de la infancia más dulce… y al traducirlos a un discurso mas complejo han caído también en una idea de la infancia que tiene, también, que ver con todas sus oscuridades, y con la de la adultez, con todas sus tenebrosidades.
Hay otro aspecto en el abordaje de la iconografía y la estética infantiles: la relación de Adriana Zárate con estos personajes que crea, muy similares en ciertos aspectos a los de Marcel Dzama, y que parecieran habitar un libro de enseñanza para niños sobre el mundo y su terror, sobre sus posibilidades negativas, justo como en la obra de Daniela Edburg, y en el caso de los tres, persiste un encantamiento que radica en la manufactura de la obra, resulta en una delicia presenciarlos, es un puñal en la cabeza el discurso, la acidez del tono, su ironía.
La serie Muerte por… de Edburg muestra otro lado de la ensoñación, que es el explotado por la Mercadotécnia y la publicidad en las sociedades de consumo dentro del reino del capitalismo. Edburg atraviesa y re contextualiza esa estética para hacer una ironía de la misma forma que lo hace Don Dalke, ambos emulan y satirizan la forma en que el sistema económico invoca a nuestros mas profundos deseos e ingenuos intereses, a la nostalgia sobre todo, y a un momento en que nos han tratado de convencer de que el mundo podría ser rosa, como en los discursos políticos, como en los alimentos de bajas calorías. Todo en aras de la economía. Y aquí vuelvo a Little Hercules.
A la luz de estas obras, la infancia y la adolescencia van apareciendo más bien como resultado de particularísimas condiciones socioculturales, y no como etapas “naturales”. Si concordamos con esta premisa, podríamos aceptar con menor perplejidad la existencia de un Richard Sandrak “El pequeño Hércules” ucraniano-americano que ha sometido su cuerpo a la lógica del fitness más extremo, como si fuera una pieza híbrida de Favio Montoya: cabeza de niño, cuerpo de súper héroe. También, en ese tenor podríamos intentar comprender la irreconciliable idea de un Édgar Jiménez Lugo, “El Ponchis”, un niño sicario que encuentra su metáfora en los peluches modificados de Leonardo Morales.
Ultrasweet y cosas de niños… reúne más de 40 obras bajo un planteamiento relacionado con el uso de imágenes infantiles que los artistas, en la mayoría de los casos, han extraído de un archivero popular en el que subsisten las formas gráficas dirigidas a los niños y que no hacen sino evidenciar nuestra visión de la infancia llena de clichés. La lectura curatorial que atraviesa las piezas, a nuestro parecer, tiene un gran acierto: la inclusión de obras directamente relacionadas con este archivo, pero también obras que discursivamente en poco se relacionan y eso abre nuevas posibilidades de asociación, es decir, que en la obra de Axel Velazquez, Ulises (2010), la cual me parece un fabuloso paisaje como tal, se pone en marcha una de las actividades mejor asociadas a la niñez: la apropiación de objetos cotidianos puestos al servicio de realidades imaginarias, o sea, el juego en sí.
En las obras de Fernando Palomar, Sebastian Beltrán y Carlos María Flores hay formas reconocibles de las prácticas infantiles (una estética más lúdica, el dibujo, el color, el juego, los objetos cercanos a nosotros en esa etapa) pero que en discurso no apelan a la relación irónica, contradictoria, tensionante de lo dulce con lo amargo.
En las obras de Fernando Palomar, Sebastian Beltrán y Carlos María Flores hay formas reconocibles de las prácticas infantiles (una estética más lúdica, el dibujo, el color, el juego, los objetos cercanos a nosotros en esa etapa) pero que en discurso no apelan a la relación irónica, contradictoria, tensionante de lo dulce con lo amargo.
Son obras que por sí solas se prolongan fuera de se ámbito como otra cosa, y que además apuntalan la exposición gracias a una lectura fresca del curador. Sorprende gratamente su planteamiento, donde la heterogeneidad de las obras es un pronunciamiento en sí mismo: su carácter diacrónico y sincrónico complejiza el concepto de la infancia, que deja de ser una, para manifestarse plural bajo la visión de cada uno de los creadores y de las temporalidades convocadas.
Velásquez, a la par de recrear la experiencia simbólica de la infancia, ilustra la representación del azaroso trayecto hacia la edad adulta (el viaje a Ítaca). No es posible apreciar esta obra sin apelar a Kavafis:
Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
(…)
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Poseidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
(…)
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
(…)
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
(…)
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.
Dice el filósofo italiano Pier Aldo Rovatti (1942)3 en su texto Nietzsche: un niño juega a orillas del mar, que “El niño es una metáfora, un desplazamiento, una distorsión no eludible”. La gran pertinencia de esta exposición y el gran logro de los artistas de Ultrasweet… es estamparnos en la cara la complejidad, el desequilibrio, la decadencia del mundo, y el sarcasmo y el cinismo con que es posible abordarlo en aras de un mejor sabor del desencanto. Ya no pienso más en una salida de emergencia…
Lorena Peña Brito
Paulo Gutiérrez
Marzo de 2011
Imágenes de la exposición
a)."Penises pink wrist", 2007. b).“pink rose fluid”, 2010. c)."Spring penises of strawberries and cherries ", 2010 escultura en poliuretano, pasta francesa y óleo
Podany
Sin título, circa 1920
Con el sello de Viena Faienco Schauer
Porcelana y vidrio
3 piezas
Colección: Miguel Ángel García Padilla
Ramsés Ruiz
Don Miki, 2008
barro forjado, bruñido y horneado a 1100 grados, y óleo.
barro forjado, bruñido y horneado a 1100 grados, y óleo.
Sol Martínez
Casas, 2005.
Papel, pegamento, unicel e instalación eléctrica.
Jéssica Salinas
Don Fritz
a).La chica perdida, 2010.
Pintura sobre papel
b).Castigado, 2010.
Pintura sobre papel
Jorge Ortega
Lolita, 2003.
Dibujo vectorizado y rotulado en muro
Medidas variables
Cortesía, las muertas proyectos espaciales.F. Basso
Niña con sombrero, 1883
Óleo sobre tela
Colección: Miguel Ángel García Padilla.
Daniel Navarro
Camionsito y camión, 2011
Piezas de plástico para armar, MDF y vinil
Don Dalke
Sin título, 1996.
Collage sobre caja de cereal encapsulada
Col. Lothar Müller- Kunsthaus Santa F
Axel velasquez
Ulises, 2010.
De la serie : Efectos especiales.
Ventilador, tiras metálicas navideñas y juguete de plástico
Medias variables
Zarzi
José del Pilar Muñoz Ledo Portillo
S/t, 2010, 2011
Diversos objetos encintados
8 piezasFavio Montoya
Sin título, 2008
Figuras de Plástico con aleaciones de pasta epóxica y acabados con acrílico
Emeric de Meyer
Birdy, 2008
Impresión en Offset a una tinta
Tamaño doble carta
Papel y engrudo a modo de papel tapiz.
Medidas variables.
Colección del artistaRamsés Ruiz
Ejercito Chino de terracota, 2009 – 2010.
barro forjado, horneado a 1100 grados con patina
políptico de 16 piezas
medidas variables
Lorena Peña Brito
Salida de emergencia, 2002.
Madera chapa y laca incrustada en muro de madera
ULTRASWEET, azúcar y cosas de niños.
Se realiza gracias a la amable colaboración de:
Galería Kunsthaus, Miami, Arena México arte contemporáneo, Guadalajara, Taller Ernesto García Cabral A.C. Galería Alternativa once Monterrey Nuevo León, Museo Olga Costa y José Chávez Morado, Guanajuato, CASA W.A.R.E. León, Guanajuato. Las muertas proyectos espaciales. Colección Mónica Ashida, Colección Miguel Angel García Padilla
Fotografías:
Eugenio González
Diego Torres
Leonardo Ramírez
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