Arcadi Artís, Daniel Argimón, Josep Bartolí, Jordi Boldó, Josep Guinovart, Alberto Gironella, Joan Miró, Joan Hernández Pijuán, Antoni Peyri, Antoni Tápies
Del 10 de octubre de 2008 al 4 de enero de 2009
Curador: Américo Sánchez
El hecho de que este conjunto de obras de 10 artistas catalanes provenga de colecciones mexicanas evidencia la estrecha relación de éstos con nuestro país durante más de cinco décadas. En el conjunto figuran Joan Miró, respaldo moral de la denominada Vanguardia Catalana y tres de sus figuras troncales (Tàpies, Guinovart y Argimón), uno de los transfiguradores (Hernández Pijoan), dos catalanes que estuvieron integrados por un tiempo al ámbito artístico mexicano (Josep Bartolí y Antonio Peyrí), un catalán naturalizado mexicano (Jordi Boldó) y uno nacido en México (Arcadi Artís) de padres catalanes. Vinculados directamente o por identificación a distancia con este movimiento originado en 1948 –con la creación de la revista Dau al Set (séptima cara del dado), por Joan Brossa, Antoni Tàpies, Modest Cuixart y Joan Ponç– todos ellos significan el rompimiento con el academismo oficial, así como el ejercicio de “una voluntad de irracionalismo similar al 'dos y dos son cinco' de Dostoievski”, como lo señaló el crítico de arte J. E Cirlot.
Para una generación de pintores, escultores y poetas catalanes que tuvieron más contacto con París que con el resto de España, que fueron alentados por los ejemplos de Miró, Dalí y Picasso, entonces ya situados en el contexto internacional, y por las visitas personales y exposiciones de Duchamp, Man Ray, Chagall, De Chirico, Masson y Arp en Cataluña, la acometida del dadaísmo y el surrealismo por ellos adquiriría una personalidad distintiva al nutrirse de las vetas fantásticas de sus propias fuentes románicas y góticas manifiestas ya en la singular arquitectura modernista de Gaudí.
Asimismo, por haber vivido su adolescencia durante
Aunque se ha dicho que la vanguardia catalana había llegado por diversos caminos a los principios del arte povera y del informalismo antes de sus respectivas consolidaciones en Italia y Francia, lo cierto es que la proyección mundial de estas tendencias contribuyó en gran medida a la validación de sus constantes iniciales, es decir: el rehusamiento de la superficie del cuadro como campo de representación de la realidad física, la propuesta de materiales humildes (arena, tierra, textiles, detritus vegetales, etc.) como conformadores totales, autoexpresivos, de la obra y de sus tratamientos saturantes y sin más intención compositiva que los acentos logrados al azar por una dinámica gestual entre surrealista y expresionista. Estas constantes conformarían un vocabulario distintivo en que incisiones, esgrafiados, tajos, incrustaciones, señales y signos sobre la materia bruta se presentaban como provocaciones puramente sensoriales, dirigidas al inconciente. Para los años cincuenta, la obra de Tàpies caracterizó esta modalidad abstraccionista, llamada materismo, en que la creación plástica se asumió como una experiencia personal directa en un entorno rústico profundamente entrañado, donde la acción del tiempo sería el único absolutismo inevitable. Así, del campo inculto o cultivado, de sus productos y sus desechos, de sus aperos de labranza, y de algunos elementos constructivos rústicos, emanaron las señas de identidad de una generación de artistas y, sobre todo, la capacidad para significarlas más allá de sus particularidades para activar su potencial universal.
A estas constantes cuyos sentidos e intensidades se diversificaron y multiplicaron tanto como las personalidades de los artistas que lo acometieron y siguen desplegando, se debe la gran riqueza de la vanguardia catalana.
La conformación accidentada de la superficie de la obra, la anulación de la profundidad de campo que llega al hermetismo, la negación de la imagen y, por tanto, de todo intento ilusionista al grado de cuestionar el concepto de representación de la realidad y del cuadro como soporte accesorio, subyacen sublimados, del mismo modo que la angustia que los motiva, en la gráfica y el dibujo, que constituyen la mayor parte de ese conjunto de obras. En estas disciplinas la densidad de la materia resuena en las manchas de color, mientras que el trazo lineal arrebatado recuerda su origen en el manejo de materiales burdos, pesados, amorfos, generando una dinámica que sugiere la imposibilidad del reposo. Incluso cuando una obra es totalmente abstracta, tiende a replicar la vibración granulosa de la tierra bruta.
Así, los azules que en la obra de Miró recuerdan la ubicación geográfica de Cataluña frente al Mediterráneo, y los amarillos refieren al sol brillante de una vida campesina idílica, las generaciones de artistas surgidos después de
Luis Carlos Emerich
XXXVI Festival Internacional Cervantino
Con la colaboración de: La embajada de España en México y
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Centro Histórico
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México.
De martes a sábado de 9:00 a 17:00 horas, domingo de 11:00 a 16:00 horas
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