lunes, 30 de agosto de 2010

La eternidad errante / Gabriela Malvido Oest

La eternidad errante.
Gabriela Malvido Oest
Fotografia y video

Curador: José Botalla
Del 22 de julio al 26 de septiembre de 2010

Galería Eloisa Jiménez

Portal Delicicas S/ N
Zona Peatonal
Centro
León, Guanajuato
México

Solitarios del silencio

                        Debo guardar silencio y permanecer donde estoy: en una especie de desierto, que no alcanza a descubrir ni las palabras ni los pensamientos.
                                                                        Hadewijck de Brabante, siglo XIII.

            El mundo que habitamos es un perpetuo juego que obedece a la co-pertenencia mutua de los dones de la
naturaleza, los mortales y lo numinoso. Nadie como el arte en todas sus manifestaciones ha propiciado que a lo largo de la historia los hombres y las cosas se desplieguen en su ser propio e innombrable, acogiendo en ello el habitar finito de los mortales y el tiempo eterno que está siempre ahí. Y para asumirse en la totalidad abierta del caosmos que abarca el enigma existencial y el silencio inviolable de lo sagrado, hay que atender y escuchar a lo que es, en retiro de soledad, al margen pues de la palabrería circundante. Sólo así puede uno sentir y percibir en profundidad aquello que lo convoca al asombro, el resplandor de lo primordial que tiende a permanecer en reserva. Pero mantenerse expectante ante lo cardinal e inconmensurable resulta hoy casi imposible, ya que vivimos en una época presidida por un cegador artificio unidimensional empeñado en aniquilar a la physis y en echar al olvido el legado de lo arcaico-originario. Era del nihilismo consumado que quiere borrar de la tierra, incluso, las huellas de un pasado profundo y ancestral en que se levantaban templos arquitectónicos para celebrar a los dioses bienhechores.
            Pero aún quedan aquellos que rinden culto al canto y a la danza, a la poesía y al pensar originarios, siempre en conformidad al ritmo y el sentido que atraviesa el devenir de la eternidad errante. Y de eso trata la propuesta de Gabriela Malvido, de acoger fotográficamente el vagar infinito de lo originario y eterno, que abarca el enigma existencial y el silencio inviolable de lo sagrado. Una artista que cámara en mano atiende, escucha y agradece en retiro de soledad lo ofrendado, al margen pues de la palabrería circundante. Gabriela Malvido lo hace. Con los labios cerrados y los ojos abiertos al asombro, recrea en sentidas imágenes a las ruinas que guardan el secreto de lo que existe antes de los tiempos e, igualmente, rinde tributo a los últimos hombres que , recogidos en sí, escrutan lo visible y lo invisible. Nos referimos a ellos, los solitarios del silencio que habitan el territorio en donde el sol renace día a día, allí, en los espacios primordiales que dieron nacimiento a la sabiduría primera. Las fotografías de Gabriela preservan entonces lo que quiere ser olvidado, la memoria histórica de una era que prevalece a pesar de las heridas que le han sido infligidas por la barbarie moderna. Podemos hablar de un  retorno solitario a la aurora de la humanidad plasmado en fotos, que nos recuerdan que en el silencio del origen reside la posibilidad de que en un mundo venidero los hombres recuperen el habitar esencial en la tierra.
            De los hombres azules a los bereberes del desierto marroquí. Mali, Marruecos, de Tumbuctú a Mogador…Y en el camino Angkor Thom, la ciudad sagrada cuyo templo rinde tributo a la naturaleza dejándose poseer por su exuberancia. Viaje de profundidades que, en efecto, nada tiene que ver con la mera arqueología o con la banal mirada del turista. Gabriela observa, medita, comprende que lo fundamental reside tanto en una piedra como en el existir excéntrico de individuos errantes que, bajo el amparo de los dioses ausentes, hacen girar su estar-a-la muerte alrededor de las preguntas eternas: ¿De dónde? ¿A dónde? ¿Por qué? ¿Para qué? Acerquémonos a la cosa, contemplemos en silencio la visión profunda de alguien que dirige su mirada a los territorios arcano-arcaicos en donde se preserva, sin embargo, el germen de la aurora que advendrá tras el crepúsculo de Occidente.     
Jorge Juanes  






















WIEGENLIED















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