lunes, 29 de diciembre de 2014

Las buenas intenciones.

Las buenas intenciones
Marithé de Alvarado, Andrés Arroyo Cossio, Miguel Ángel Esteves Nieves, Frank Montero Collado, Don Panchito López, Vicente Rea Valadéz (el jaulero), Jesús Reyes Ferreira, Alejandro Rodríguez (Kalimán), Julián Sánchez Sauceda, Bruno Tapia y  Miguel Sumano

Curador: Carlos Ashida

Del 15 de enero al 6 de abril de 2014.

Galería Jesús Gallardo
Planta alta y sala blanco y negro
Pedro Moreno 202,
esquina Hermanos Aldama
León, Guanajuato
México.


“No obstante que los autores que participan en esta muestra pueden ser calificados sin ambages como seres excepcionalmente creativos, su naturaleza heterodoxa los aparta de la figura convencional del artista. Si bien este hecho no ha impedido que algunos de ellos hayan sido entusiastamente reconocidos y plenamente incorporados al medio de las artes visuales, los más permanecen ajenos a los mecanismos, instituciones, convenciones y rituales de la llamada alta cultura.

A diferencia del medio institucional artístico, en el que el arte es un fin en sí mismo y en donde existe una infraestructura compuesta por organismos específicamente creados para la formación de artistas, así como para la producción, difusión y consumo de obras de arte, la experiencia creativa de los 11 personajes aquí convocados se ha dado de manera autodidacta e indiferenciada del contexto de sus respectivas existencias personales. Del mismo modo, se podría decir que en la mayoría de los casos la calidad artística de sus obras ha sido una consecuencia impremeditada.

En efecto, las piezas que conforman  Las buenas intenciones son fruto de destrezas innatas que, disponiendo de los limitados recursos que las circunstancias pusieron a su alcance, encontraron por sí mismas los caminos para manifestarse. Son también consecuencia de la voluntad de imprimir un sello personal de belleza en las actividades, elegidas o impuestas, que les ha tocado desempeñar a sus autores para resolver su subsistencia. Asimismo, son el resultado de una táctica que se propone establecer sin distingo lazos de comunicación en términos de afinidad y atracción.

Ha sido el esmero, la originalidad y la agudeza con que están hechos estos productos de consumo popular proveniente del campo de lo utilitario, lo decorativo, lo publicitario, lo recreativo o lo devocional, como también los realizados desde los ámbito restringidos de la locura, la indigencia o de la inadaptabilidad del adolescente y del criminal, lo que los ha apartado de destino anónimo que les correspondía, trasladándolos al territorio de los objetos singularizados con valor simbólico cultural.

Las buenas intenciones es un recordatorio de la persistencia de los afanes humanos por dignificar sus actos embelleciéndolos y sublimándolos; del conmovedor empeño de encarar las adversidades con la encantadora llaneza del ingenio y la alegría”.

Carlos Ashida






















Julián Sánchez Sauceda
San Agustín de las Flores, Silao, Guanajuato, 1975

Julián Sánchez Sauceda creció en el campo, rodeado de naturaleza, camiones urbanos y de carga, conciertos gruperos, bicicletas, iglesias y diccionarios. Julián muestra en cada una de sus piezas todos estos elementos, configurándolos en pedazos de papel dibujados, recortados o sobados intensamente con lápices de colores de una extraña iridiscencia cromática, haciendo una síntesis de varios elementos que le obsesionan en cada una de sus piezas

Julián es velador y artista, su dibujo ha sido desarrollado en sus interminables viajes de autobús de su casa al trabajo y viceversa, así como en los tiempos muertos de su rutina laboral, está práctica ha permitido que su habilidad crezca notablemente, otorgándole una soltura extraordinaria y lúdica, permitiéndole la oportunidad de experimentar con piezas tridimensionales, basadas en dibujos compulsivos y cortes  geométricos hermosos, repetitivos y flexibles.

Con sus piezas Julián nos regala estructuras en papel, iglesias fantásticas, dibujos con temas que van desde un zoológico de diccionario, camiones inventados y carteles gruperos, con una visión diáfana que solo existe en su imaginación, en sus papeles recortados y dibujados cientos de veces pero sobre todo nos permite asomarnos al mundo de un artista que integra a un discurso actual y sin pretensiones, una práctica tan vieja como la humanidad, que viene tatuada en la memoria de todos nosotros, el dibujo.












Francisco López, Don Panchito
León, Guanajuato, 1933

Don Panchito aparece de manera imprevista por las calles de León, Guanajuato, para después desaparecer por largos espacios de tiempo. Se le encuentra sentado en las banquetas, apoyado sobre algún escalón que le sirve de soporte para realizar sus dibujos.

En pequeños pedazos de cartulina repite con esmero una y otra vez la misma figura estilizada de Cristo. Las variaciones son mínimas, y responden únicamente a los ajustes que los diferentes formatos de los soportes de cada obra demanda en la composición. Sus instrumentos de trabajo son bolígrafos con tinta azul o negra.

Sobre la misma superficie que trabaja, se despliega en exhibición el conjunto de miniaturas realizadas durante la jornada. Si algún transeúnte, movido por la curiosidad que despierta la figura encorvada y absorta de Don Panchito, pregunta por las estampas, su autor responde tajantemente que no están a la venta por tratarse de “imágenes benditas”. Sin embargo, acto seguido, el piadoso artista aclara que si se le da una moneda estaría dispuesto a obsequiar una de sus obras. De esta manera, en medio del tráfico citadino, se abre un cordial paréntesis en el que se realiza un intercambio en términos de generosidad y devoción. 












Jesús, Chucho, Reyes Ferreira
Guadalajara, Jalisco 1880 – Ciudad de México 1977

A Jesús, Chucho, Reyes Ferreira siempre se le reconoció su talento para encontrar belleza en donde a la mayoría de las personas pasaba desapercibida. De su padre, Ventura Reyes, hombre de amplia cultura y autor de uno de los primeros libros sobre arte jalisciense, heredó la profesión de anticuario, la cual practicó durante toda su vida por ajustarse a la perfección a su natural destreza.

En su tienda en Guadalajara –centro de reunión de jóvenes que, como Juan Soriano, buscaban entrar en contacto con información artística que en ese momento no estaba disponible en otra parte– Chucho Reyes ponía a disposición de sus clientes tanto obras claramente identificadas con las artes plásticas como objetos procedentes del ámbito de lo popular. Cuando se realizaba una venta, antes de entregar al cliente su adquisición, Chucho Reyes la envolvía con papeles de china decorados por él mismo, similares a los incluidos en esta exposición.  

Más que una medida de protección, las frágiles envolturas de Chucho eran un gesto de simpatía, una manifestación alegre de su voluntad por compartir la belleza aún cuando fuera en su nivel más humilde: el de lo bonito. Una vez que los bienes adquiridos en la tienda de Chucho llegaban a su nuevo acomodo, el destino de estos pliegos multicolores era ser rasgados y arrojados al basurero. Sin embargo, hubo un momento en que alguien reparo en el delicioso encanto de los trazos de Chucho. Los animales, las frutas, los motivos ornamentales representados poseían méritos sobrados como para ser preservados para su disfrute. A partir de entonces, lo demás es historia. Jesús Reyes Ferreira fue reconocido como el gran artista que fue. Él, por su parte, nunca perdió la frescura y la espontaneidad en su obra. Amplió el repertorio de sus temas, se aventuró en nuevas soluciones formales, pero conservando siempre el espíritu lúdico que lo distinguió. Tampoco abandono el uso de sus preciados materiales: el papel de china y las anilinas.






















Vicente rea Valadéz
San Diego de Alejandría, Jalisco, 1904 – León, Guanajuato, 2002
Profesor y jaulero

Don Vicente Rea llegó grande a  la Ciudad de León Guanajuato, sucede que  un buen día, hace algunos años, llegaron a San Diego de Alejandría unos camiones. Estaban invitando a la gente del pueblo y de las comunidades cercanas a un singular día de campo. Se trataba de ir a visitar unos terrenitos en las afueras de León, Guanajuato, para que se comieran unas tortas, se tomaran unos refrescos y, de paso, se animaran a comprar algún lotecito.

Don Vicente aprovechó la oportunidad que este viaje le proporcionaba y se compró su terreno en la Colonia Presidentes de México, Calle Pascual Ortiz Rubio, segunda manzana, casa sin número, domicilio conocido. Pero no era la primera vez que  Don Vicente Rea Valadez vivía en León, gracias a su interés por el conocimiento, pasó parte de su adolescencia como alumno del colegio menor del seminario, que en esos tiempos se encontraba situado en la plaza de armas de la ciudad, a un costado del edificio de la Presidencia Municipal.

“Ahí me asomaba a ver las clases del colegio mayor. Yo tenía mucho empeño, y quería aprender más, cuando entré era el más grande de la clase, pero me fueron subiendo de grado más pronto. Y así, hasta que se murió mi papá, y ya no me pudieron seguir manteniendo porque yo era el único hombre, y empecé a hacer lo que yo sabía…”

De esta experiencia se hizo aficionado a las letras, la filosofía y la etimología. En su juventud participó  en el conflicto cristero, al que de manera involuntaria se vio obligado a unirse; con una pistola para defenderse y el cargo de secretario parroquial para identificarse en el movimiento, al que estuvo unido por espacio de cuatro años. Al término del conflicto y con los conocimientos que había adquirido en el seminario pudo dar clases de cultura cristiana, cultura literaria y cultura cívica en el cañón de Orozco.

Muchos años después, viudo y ya instalado en su casa de presidentes de México  continúo con el trabajo que practicaba de la mañana al anochecer y que había heredado de su padre; la fabricación de jaulas de carrizo, aunque a él le parecía más bonito y resistente el alambre. Don Vicente definió el nombre de su técnica como FLEXOTECNIA, o el arte de doblar el alambre.

Las Jaulas las fabricaba de acuerdo a modelos y medidas  y las hacía de acuerdo a los reglas y dimensiones que él inventó: desde 20 centímetros, hasta la altura de un hombre, además de nichos, portales, juguetes, objetos religiosos. La simetría, la forma y la imagen, sus piezas están realizadas a partir de estructuras rítmicas muy similares a las que se producen en la caligrafía.

“El que juega con el alambre, también juega con las letras”, “Así como hay jaulas rústicas y lenguaje ordinario, hay también versos como las jaulas de fantasía, y cuando se junta la gente a hacer bola, que vean las jaulas y digan –ah… mira que bonitas. Y aunque cuesten más caras sean las que más se venden. Así también digan –que ocurrencia de este, mire nomás, ah… que puntada se le alcanzó. Son versitos de fantasía, así como las jaulas…”




















Alberto Rodríguez, Kalimán
Guanajuato, Gto 1970.

Lo vi por primera vez, cerca de la Presidencia Municipal de Guanajuato, gritando: “¡Corran, corran, que vienen los trajeados!”, expresión inteligente dirigida contra los alienadores “sistema”. Kalimán sabe su lugar en el mundo: “No paro de vagar”, dice, y se me asemeja a El Loco del juego adivinatorio del Tarot, con un palo de escoba como cayado, delgado como un asceta chamánico y con su sabiduría-locura encima, porque después de pertenecer a los Hare Krishna alcanzó un tipo de iluminación que se resume con estas palabras: “Lo mío no es una maravilla, es un milagro.”

Kalimán escribe, y escribe mucho, sobre los papeles y anuncios que arranca de las paredes y donde sea, pronunciando las sílabas como si fueran una especie de mantra, con significados y grafías casi extraterrestres, escritos inclasificables con una estética visual que, como objetos imposibles de copiar, se convierten automáticamente en verdaderas obras de arte: la obra de un loco, la obra de un genio.

Pero si la producción artística de Kalimán ya tiene un valor intrínseco, el personaje que las produce, asimismo, es tema, ejemplo e inspiración para otros artistas y estudiantes de artes, porque Kalimán, el loco, es único, no admite imitaciones.

Kalimán, como Franz Kafka, firma sus papeles con una K, quizá porque se sabe inmerso en el laberinto sin salida de su locura, frente a esa “normalidad” que es una amenaza para el presente y el futuro, de alguien que no peca de ignorancia ante las mentiras de los hombres.



















Manuel Sumano
Oaxaca, Oaxaca, 1939
  
Para obtener su sustento, Manuel Sumano recorre las calles de Oaxaca recolectando materiales reciclables que pueda vender en el mercado. Una carretilla y un huacal de madera le sirven en su tarea.

Años atrás trabajó en un taller de laminado y pintura de automóviles que le proporcionó la experiencia necesaria para manejar los pigmentos con base de aceite. Seguramente en aquella lejana experiencia laboral le tocó estampar lemas, dedicatorias y advocaciones en no pocos camiones de carga y de transporte público de pasajeros, así como en taxis y otros vehículos utilitarios.

Esta variante móvil de los exvotos populares fue adaptada por Manuel Sumano en su práctica actual. Los tablones de las cajas de madera son utilizados como base para rotular con caracteres multicolores plegarias a la Virgen de Juquila o a San Judas Tadeo, así como para recitar dichos populares o a advertir a quien se cruce con tan vistoso artefacto sobre los peligros de fumar. De este modo, Don Manuel invoca la protección divina, esparce los conocimientos adquiridos a lo largo de su vida y enfrenta las no pocas adversidades de una existencia precaria con el mejor de los ánimos.
  





































Miguel Ángel Estévez Nieves
Ciudad de México 1986

Los dibujos de Miguel Ángel Estévez Nieves aquí reunidos fueron realizados cuando él era aún un adolescente. Buena parte de ellos expresan las tribulaciones de un joven que vive el trance de pasar de la infancia a la edad adulta. En la mayoría de estas pequeñas obras, el autor aparece como el personaje central de las elocuentes historias ahí registradas.  Miguel Ángel se ve a sí mismo como un joven regordete de lentes e incipiente bigote en situaciones de aislamiento, ya sea en solitarios escenarios sombríos o en medio de multitudes que lo ignoran.

No obstante que el tratamiento formal de estas obras es caricaturesco –lo que les imprime cierto sabor de ligereza y humor– las imágenes emanan un auténtico halo de tristeza y desaliento, un lamento profundo por sentirse excluido de un mundo en donde otros disfrutan de los placeres que ofrece.

Paralelamente a estos melancólicos autoretratos, Estévez Nieves se aventura a graficar, aquí si de manera abiertamente jocosa, ligeras reflexiones existenciales, populares juegos de palabras o situaciones que son propias de la vida infantil. 

Aunque cursó la licenciatura de Artes Visuales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP) Estévez Nieves llegó a esta institución sabiendo ya lo necesario para hacer de la suya una obra original y valiosa.

Estévez Nieves tiene una capacidad innata  para identificar sus emociones y plasmarlas en sencillas fábulas visuales. La Academia sólo le aportó, además de algunas herramientas técnicas, el reconocimiento a través de la historia del arte de que un destino como el suyo puede ser también un camino para hacer arte.











Marithé de Alvarado
(María Esther Chaparro Ruiz)
Ciudad de México, 1920

Su larga carrera comenzó a los 16 años, cuando se sintió atraída por las posibilidades del azúcar al observar a una tía religiosa que hacía ensayos de repostería y decoración de pasteles. De inmediato se puso a perfeccionar y sistematizar las técnicas de pastillaje, glass, fondant y otras más que le han permitido –sin tener estudios de arquitectura, ingeniería, dibujo o diseño– crear una extensa variedad de figuras, estructuras arquitectónicas, alegorías y temas diversos en dimensiones que van desde la miniatura hasta formatos que, con más de dos metros de altura, se pueden considerar como monumentales en esta delicada práctica.

Después de su primer viaje a Europa, en 1949, amplió su repertorio iconográfico con temas del arte universal. Desde entonces su amplio catálogo de obras no ha dejado de crecer, al grado de que, con más de dos mil modelos, se puede considerar el más extenso a nivel mundial.

Con su matrimonio en 1954 con Alonso de Alvarado, la carrera de Marithé inició una intensa etapa de profesionalización. Su esposo la animó a ampliar los alcances de su notable destreza al terreno de la enseñanza y de la divulgación mediante la impartición de cursos, la colaboración con revistas especializadas, la fundación del Instituto del Arte Mexicano del Azúcar y, muy especialmente, la redacción de libros didácticos. Este impulso se mantuvo más allá de la muerte de Don Alonso.

Con más de noventa años de edad –76 de ellos dedicados a la repostería– Marithé a acumulado miles de alumnos en el mundo entero, cien giras por el extranjero, las más altas distinciones en su campo, varias exposiciones y, motivo de especial satisfacción, la publicación de los siguientes títulos: Arte Mexicano del Azúcar (libro enciclopédico que requirió nueve años de trabajo), Pasteles Sorpresa I, II y III, Pasteles Románticos y Arte en Pastelería Mexicana, todos ellos referencias obligadas para cualquier persona interesada en el tema.

El archivo fotográfico de Marithé de Alvarado (que da cuenta de sus obras y de sus andanzas por el mundo difundiendo su oficio) constituye un documento que trasciende el campo de su especialidad. En efecto, además de ser el registro de un talento excepcional, es el testimonio de cómo una actividad caracterizada por su fragilidad efímera ha aportado también elementos a la cultura de este país. 

















Andrés Arroyo Cassio
Ciudad de México, 1952.

Nací el 30 de noviembre de 1952 en México D.F. Hijo de padres de extracción campesina de los estados de México e Hidalgo, el más pequeño de 12 hermanos, todos dedicados al comercio a excepción del mayor de oficio obrero (hornero en la Tolteca).

Dejé de vivir con mi familia a la edad de 8 años viviendo en terrenos baldíos unas veces y otras recluido en internados subsidiados por el gobierno con los impuestos del pueblo: Albergues, Casa-Hogar, Tribunal y Correccional; donde me inicié en diferentes oficios como la juguetería en madera, carpintería, zapatería y lavandería.

De los ocho a los quince años viví de limosna, bolear zapatos, cantar en camiones y el pequeño comercio. Viviendo en los reclusorios me ligué con todo tipo de gente que se valían de las más diversas mañas y formas para salvar su situación económica: el atraco, el robo, la prostitución y el vicio así como la miseria, la soledad y el hambre fueron parte de mi vida. En esta etapa el aislamiento de la vida familiar me hizo un ser hueco sin oficio ni beneficio.

A los 18 años fui recluido en la penitenciaría del Distrito junto con otros dos y una mujer acusados de asalto a mano armada, daños y portación de armas. Un año después solo por daños en propiedad ajena y asociación delictuosa, fuimos sentenciados a dos años, nueve meses. Tuvimos derecho a una fianza de $100,000.00 pesos pagando solo el 10%.

Durante este año trabajé de panadero en el penal con un sueldo de doce pesos cincuenta centavos lo cual se dividía en tres partes: una para caja de ahorros, otra para pago de asesoría y solo recibía $3.50 a la semana.

En este tiempo me nació el interés por las artesanías, dado que no tenía auxilio ni las visitas de mi familia, y lo que ganaba no me alcanzaba. La elaboración de artesanías me ayudaba a salvar las necesidades económicas que se imponían en el interior del penal. La talla y el relieve que servían de adorno en los barcos vikingos que vendía fueron el inicio y el descubrimiento de una habilidad desconocida en mí.

El apoyo de un compañero me motivó a imprimir mayor tiempo a la talla en madera, entonces empecé a elaborar réplicas de máscaras que tienen que ver con el arte y la cultura de los africanos. La ayuda económica de este compañero me permitió el pago de la fianza para lograr mi libertad en septiembre de 1971, salgo libre. La talla de máscaras me permite vivir los primeros 4 años de libertad pero como no había el suficiente mercado, también hubo amistades que me ayudaran y que me siguen ayudando en momentos difíciles; dejé la talla en 1976 para entrar como auxiliar de topografía en el Departamento del D.F. donde a los ocho meses fui obligado a renunciar por protestar con más de 5 compañeros de algunas arbitrariedades contra los trabajadores. Esto hizo que volviera a la talla. Tres años después conseguí con trabajo como inspector de bombas de agua en el Departamento de Aguas y Saneamiento de Xalostoc, Edo. de México, donde debido a la falta de seguridad en menos de tres meses mueren dos compañeros electrocutados y otro prensado en el motor que impulsa el abastecimiento de agua. Regresé a la talla abandonando el trabajo.

En 1979 entré a trabajar a una herrería donde me inicio en la soldadura; al poco tiempo logré entrar como ayudante a Traimobile de México donde a los seis meses me dan la categoría de Soldador “B” y el nombramiento por mis compañeros de delegado departamental. En 1982 ya como delegado de Relaciones Exteriores enfrentamos una huelga de 7 meses. En este conflicto me daba espacios para tallar madera, sólo que a estas tallas ya les imprimía sucesos o experiencias que veía en la demás gente y en mí mismo, a partir de esto los compañeros cercanos me motivaron a realizar tallas con un estilo propio de la vida cotidiana de los trabajadores, temas que muchas veces son ocultados o censurados pero que ahora me interesa hacer para conocer la opinión y la crítica del público ya que son dos bases importantes para ir mejorando en mi trabajo.










Carlos Ashida
(Ciudad de México 1955)
Curador y Arquitecto

Fue profesor titular de la cátedra de teoría Superior de Arquitectura y Diseño arquitectónico de la Universidad ITESO, Director del Departamento de Artes Plásticas de Bellas Artes Jalisco, Consejero de la Feria Expo Arte, Guadalajara, Director de Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara, Director del Museo de Arte Carrillo Gil, Comisario de la participación de México en la feria ARCO 2005, Madrid y Director del Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca.

Carlos Ashida reactivó el Taller de Gobelinos que fundará Fritz Riedl a finales de los años 60, convirtiéndolo en un Centro Internacional de producción artística, logrando la participación en este proyecto de artistas como Jorge Pardo, Andrea Zittel, Diana Thater, Fabrice Hybert, Eduardo Abaróa, Karen Kilimnick, Lisa Yuskabage, Francesco Clemente, Terry Winters, Ray Smith, George Condo, entre otros, es también fundador de la galería Arena México arte contemporáneo.

Por su trabajo ha  recibido los siguientes premios y reconocimientos: premio UNESCO, concurso escuelas de arquitectura, Unión Internacional de  Arquitectos (UIA), recibió en dos ocasiones la beca del Fideicomiso para la Cultura México / EUA Bancomer – Rockefeller para los proyectos; Travesías y América foto latina.







Esta exposición se realiza gracias a la colaboración de las siguientes Instituciones:


CONACULTA
INBA
Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca MACO
Instituto Cultural Cabañas de Guadalajara Jalisco 
Instituto Cultural de León
Coordinación de Artes Visuales CAVI
Arena México arte contemporáneo
Instituto del Arte Mexicano del Azúcar
Colección Objetos en custodia


Y de los siguientes coleccionistas

Rubén Jasso

Antonio Ehrenzweig Ortega
Joaquín Chi
Irazú Páramo
Dulce María de Alvarado
y Pablo Paniagua.



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